Con Umberto Eco aprendimos que el humor es ambivalente y paradójico, cuando leímos que lo "cómico parece popular, subversivo, liberador, porque concede la licencia para violar la regla. Pero la concede precisamente a quien tiene interiorizada esa regla hasta el punto de considerarla inviolable". De ahí que, en más de una ocasión, el poder sea hasta cierto punto condescendiente con el humor, puesto que prevé que la interiorización de la norma impedirá al humor romperla del todo. Pero, en otras ocasiones, el poder se ensaña con el humor (y con sus practicantes) al pensar que puede generar un efecto contagio de la transgresión y éste pude ir más allá del mero distanciamiento.