No hace mucho advertíamos que la literatura cómica en general, y muy en particular el teatro, se ha ocupado más de ridiculizar determinados comportamientos humanos que de explicarlos o comprenderlos. Esta perspectiva cobra especial actualidad en la presentación de este monográfico, pues no por casualidad la dramaturgia cómica ha estado más cerca, sin saberlo o sin quererlo, de la religión y de la moral que del arte autónomo, capaz de actuar desde una inteligencia poética propia y explicativa de la realidad. El arte busca su público en la sociedad humana, y en toda sociedad humana el número de los que condenan en nombre de dios, la moral, el nacionalismo, el feminismo, la religión o lo políticamente correcto, es siempre muy superior al número de los condenados. En público todo el mundo habla como si fuera inocente. Es decir, como si fuera una artista, un intelectual o un cura.