Los estudios sobre el valimiento han señalado la proximidad entre el monarca y su valido como piedra angular de esta práctica de gobierno. Sin embargo, el valimiento también se construyó sobre la distancia entre ambas figuras, un fenómeno menos conocido fruto de circunstancias excepcionales.
El ciclo clásico del valimiento español, iniciado por el duque de Lerma y continuado por el conde-duque de Olivares, respondió al primer modelo. Pero a partir de 1643, con don Luis de Haro, se produjo una mutación abrupta en la relación entre rey y valido. En dos ocasiones Felipe IV ordenó a Haro salir de Madrid: la primera a Andalucía (1645-1646) y la segunda a Extremadura y Portugal (1658- 1659). Haro se separó del rey varias veces también entre 1644 y 1646 mientras la Corte permanecía en Zaragoza para atender la guerra de Cataluña. Y en 1647 el valido se desplazó solo hasta Aragón, esta vez sin el monarca. Según la retórica del valimiento, se diría que el rey había perdido su sombra. Así, pues, ¿seguía habiendo valido en España?
La imagen de un valido viajero representó un enigma para los coetáneos -y hoy para los historiadores. La razón de que Felipe IV concediera una última oportunidad al valimiento, cuyo potencial político se agotaba por instantes, y de que el valido operase a distancia, se encuentra en el epistolario que Haro produjo durante sus separaciones del monarca. Estas cartas validas conforman una joya documental que esquiva cualquier interpretación superflua. Retan a quienes piensen que el valimiento en la Monarquía de España echó el cierre en 1643.